Durante los últimos años la educación superior en Panamá, al igual que ha ocurrido en muchos de los países de la región y del mundo, ha vivido un proceso de cambios sin precedentes. Sus matrículas se expandieron, las instituciones se incrementaron y diversificaron, el número de egresados aumentó a tasas insospechadas, los estudios de postgrado, maestrías y doctorados se multiplicaron. Se han creado organismos fiscalizadores, coordinadores y supervisores de sus operaciones y los recursos públicos asignados a su financiamiento han crecido, casi proporcionalmente al incremento de las instituciones oficiales y sus estudiantes.
A pesar de ser un sistema joven, también ha acumulado viejos problemas y presenta debilidades nuevas que afectan sus resultados. La educación superior se encuentra en el centro de contundentes críticas acerca de la misión , de los procesos y resultados que ofrece a la sociedad. Muchos análisis revelan la incoherencia y desarticulación de este nivel internamente y en relación con el resto del sistema educativo; sus altos costos de operación, la débil calidad y pertinencia de su oferta académica y las inequidades en las oportunidades de estudio que ofrece.
Las instituciones de educación superior están en el vértice de este desafío, por representar las organismos llamados a formar los recursos humanos de alto nivel y calidad, los investigadores, los intelectuales, los lideres empresariales, los trabajadores de la cultura; ofrecer servicios especializados y promover valores de la identidad nacional, de convivencia pacífica y democrática, solidaridad y justicia social.
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